sábado, 14 de noviembre de 2015

  • LEYENDAS DE VALLEDUPAR 



     

LA SIRENA QUE SE CONVIRTIÓ EN LEYENDA DE VALLEDUPAR 


Valledupar es conocida por el vallenato. Cantos de juglares que hicieron del folclor un estilo de vida. En cualquier rincón se encuentra una parranda adornada por caja, guacharaca y acordeón y en ella, cuentos de viejos parranderos. Uno de ellos es el de la Sirena del río Guatapurí, quien se convirtió en leyenda de la región y que quedó inmortalizada en una estatua. 

Cierta semana santa, Rosario Arciniega tuvo la tentación de meterse a las aguas heladas del río. Cautivada por las corrientes que bajan de la Sierra Nevada y custodian Valledupar, la hermosa joven convirtió su deseo en obsesión. Su madre, honrando a la semana mayor, le prohibió a Rosario salir de la casa e irse a bañar. Según la mamá, el jueves santo era para dedicárselo a Jesucristo, pero la joven no hizo caso. 

Decidida, con el sol radiante en un mediodía del Valle como testigo, Rosario llegó al balneario Hurtado, como se le conoce al Guatapurí cuando pasa por Valledupar. A las dos de la tarde, el calor y las heladas aguas hicieron un tentador cóctel para la joven que dejó caer su largo cabello al viento, se despojó de sus harapos  y desnuda, como fue concebida, se le entregó a la corriente del río. 

Rosario poseía una belleza única. La sirena la conserva. 
El éxtasis se apoderó de Rosario. Dentro de uno de los pozos  sagrados de Hurtado, el agua recorría la suave piel de la mujer que vivió un clímax. De repente, el cielo que se encontraba abierto y con un azul tal cual el mar, se encapotó de la nada. Rosario supo que era momento de regresar, el miedo la invadió y empezó a buscar la orilla mientras el viento dividía las aguas como en el antiguo Egipto. 

Mientras más avanzaba, la orilla se hacía más lejana. Las piernas le pesaban, era torpe. Exhausta, llegó a tierra, libre del agua que cubría su cuerpo, supo que sus hermosas piernas se convirtieron en una gran cola de pez. Con llanto, la ahora sirena sintió vergüenza y se lanzó de nuevo al río donde desapareció. 

El balneario de Hurtado. Miles de turistas lo visitan cada año buscando encontrar a la sirena. 
Un murmullo comenzó a recorrer Valledupar. ¿Dónde está Rosario?, se preguntaron todos. Los padres entristecidos, junto a una multitud, recorrían las orillas del Guatapurí buscando algún indicio. Se llegó a pensar que estaba muerta. El viernes santo, mientras las lágrimas inundaban el pueblo, alguien vio una figura posar encima de las grandes rocas que adornan la cuenca del río. Era la sirena del Guatapurí, imponente y cargada de melancolía, mitad pez y la otra mitad con la belleza de Rosario. 

Lanzaba llantos y gemidos llenos de tristeza. La desobediencia fue su pecado. Entonces, madre e hija volvieron a encontrarse y con una sentida despedida, la sirena se zambulló en el helado río y no volvió a aparecer. Valledupar la transformó en monumento, hizo una estatua en su nombre para que todos sepan que está allí. Hay quienes dicen verla en cada semana santa, donde los acordeones se callan para escuchar el lamento de la sirena que baja por la corriente de Hurtado. 


LA LEYENDA DE FRANCISCO "EL HOMBRE" 


  
Narra la leyenda que una noche al regresar Francisco después de una parranda de varios días y al ir hacia su pueblo, para distraerse en la soledad de la noche, abrió el acordeón y, sobre su burro, como era usual en aquella época, empezó a interpretar sus melodías; de pronto, al terminar una pieza, surgió de inmediato el repertorio de otro acordeonero, que desafiante trataba de superarlo; de inmediato Francisco marchó hacia él hasta tenerlo a la vista; su competidor, para sorpresa, era Satanás, quien al instante se sentó sobre las raíces de un árbol, abrió su acordeón, y con las notas que le brotaban hizo apagar la luna y todas las estrellas. 
 El mundo se sumergió en una oscuridad tal, que sólo los ojos de Satanás resplandecían como tizones. Sus notas eran las de un gran maestro; algunos dicen que de ese encuentro nació el canto del Amor-Amor, pues Francisco, dueño de grandes virtudes y poseído de mucha fe, lejos de acobardarse con la abrasadora oscuridad, abrió su acordeón e hizo sonar tan hermosa melodía y la magia de la misma devolvió la luz a la luna y a las estrellas, infligiendo mucho temor del demonio. Después clamó a Dios y entonó el Credo al revés con la potencia de su voz, de tal suerte que el demonio, vencido, exhaló un terrible alarido y con su acordeón a rastras huyó hacia las montañas donde se perdió para siempre. 
  
EL ECCE HOMO 




El Santo Patrono de la ciudad tiene tantos devotos como número de milagros a Él atribuidos. Numerosas personas, desde distintos sitios del país, e incluso del exterior, se desplazan a Valledupar a conmemorar el Lunes Santo, su día. El origen de la imagen que se venera en Valledupar se confunde en la Leyenda. No hay un registro histórico que certifique su procedencia. 

De Él se dice que apareció un día en la antigua Catedral, luego de que alguien que dijo ser artesano y ebanista ofreció regalar una imagen para adornar la iglesia, a cambio de que le dieran los materiales para trabajar. Por habérsele salvado de un accidente aéreo, Alfonso López Pumarejo de regaló al Ecce homo unas cadenas de oro y como en ocasión de una procesión de Semana Santa se las quitaron, él se puso pesado y solo lo pudieron sacar después de colocarle las cadenas nuevas de oro que López le había regalado. Solo así aligeró su peso y los devotos lo pudieron llevar en hombros nuevamente, como siempre. 

Los Mitos y Leyendas de los pueblos hablan de sus temores, deseos, supersticiones y creencias. Para los vallenatos tienen valor los siguientes personajes: 

Las Ánimas: Son las almas de quienes están en el purgatorio. A ellas se les reza el dos de noviembre. Se les pide favores o milagros, y si una vez cumplidos el beneficiado no cumple con las promesas hechas, las Ánimas, comienzan a hacerle maldades en casa del incumplido. Maldades como las de trasponer las cosas, desordenar los armarios, echarle azúcar a la sopa, romper los platos y otras travesuras. También se dice que si en una noche de ánimas se las siente haciendo ruido en el cementerio y si quien las oye voltea para verlas, se convierte en estatua, queda petrificado. Tampoco se les debe hacer caso cuando a medianoche van por la calle diciendo: "Alerta... alerta... ábreme la puerta... alerta... alerta...". Las ánimas son seres vestidos de blanco, con una túnica que les cubre desde la cabeza y llevan un gorro en forma de cono. 

El Doroy: Cuentan los habitantes de todos los ríos que atraviesan Valledupar, que durante los grandes inviernos en esas crecientes inmensas que se salen del cauce, suele bajar hacia los mares, una culebra tan inmensa, que quien le ve la cabeza casi nunca puede verle la cola. Es el doroy, lleva sobre su cabeza un par de cuernos, posee barba como la de chivo, y emite además un canto igual al del gallo, pero quien la oye no puede volver a dormir hasta cuando pase la creciente. Es signo de desgracia si se le ve la cola, pero es buena señal para quien le ve la cabeza, la mujer embarazada que oye una doroy parirá un macho cantor. Además creen los vallenatos que cuando la doroy suba del mar hacia la Sierra Nevada por los ríos, esta será la primera señal del fin del mundo. 

La Llorona: Es un espanto femenino que aparece en los pueblos o en el monte, según la historia, buscando a su hijo. 

El Caballo sin jinete y el jinete sin cabeza: Espantos que asustan a los trasnochadores. 

El carro fantasma: Es un espanto que parece en contravía, principalmente por la carrera 8ª, sin chofer y que con las luces altas encandila a quienes les sale, dejando solo ver el celaje. 

Nano La Cru y Cabirol: Fueron si personajes de carne y hueso que alguna vez fueron normales, pero que se volvieron herramientas de persuasión usadas por los papás contra los hijos desobedientes. 

La culebra de las siete cabezas: Aparece en el túnel que va del antiguo convento (hoy La Catedral) hasta el Colegio de Las Monjas (donde funciona hoy el Concejo de Valledupar). Cuco: Nombre genérico de un ser de indeterminada figura con que se amedrenta a los niños para obligarlos a ser disciplinados y obedientes. 

Mayuya: A ella no se le ven los pies. Viste de negro, parece que camina en el aire y dicen que se lleva a los niños. 

El Silborcito: Otro espanto contra los niños. Es un enano, usa un saco de grandes bolsillos y un sombrero más grande que su propio cuerpo que usa para llevarse a los niños que encuentra de ambulando solos por la calle, especialmente a medio día, cuando el sol está caliente. 

Los Monitos: Se dice que hay personas que tienen pacto con el Diablo y que éste le da unos seres malignos que debe conservar en un frasco de vidrio, que salen solo para cumplir órdenes de destrucción de casas o cultivos que se pueden volver contra su poseedor si éste no domina los rezos y conjuros para hacerlos regresar al frasco. Igualmente se afirma que hay gente que se gana la vida descumbrando selvas con la ayuda de estos Monitos. 

Aparatos: Se dice que salieron cuando se escucha un estropicio que no se sabe que lo produce ni de dónde viene. Es como el ruido que producía una carretilla cargada de chatarra y manejada rápidamente a través de una calle llena de piedras. Se oye más que todo en los callejones de Castro Socarras, Pedro Rizo y en el de la Purrututú. 

La Gallina con pollitos: Ella señala los sitios donde hay entierro de oro. Aparece solo ante quien está destinado el entierro. También se la usa para asustar porque hay referencias de su agresividad y de los arañazos que le ha hecho a alguna gente. Tanto la gallina como los pollitos son negros. 

La Llamita: También señala entierros, principalmente en la vía a la Paz y de aquí a San Diego. Por verla muchos han tenido accidentes en esa carretera. 

El Buey mariposo: Persona conocida en Valledupar, que vivió en el barrio la Guajira, en la calle de la Mala Palabra. Se afirma que tenía pacto con el Diablo, pues siendo un ladrón, cuando la policía salía en su búsqueda él era capaz de esconderse detrás de un palo de escoba, sin ser visto. 

La oración del perro negro: Es la que dicen se sabía el abuelo del Buey Mariposo y que gracias a ella, siendo el correo de la ciudad, era capaz de ir y venir a Fundación el mismo día. 

En esta región también se cree que hay vampiros que le chupan la sangre a la gente; se dice que en la finca de Genaro Villero, en la región de El Jobo, que esta entre la Paz y San Diego, hay un árbol de mamón que da ciruelas; se sabe de personas que a las doce de la noche, en jueves o viernes santo, celebran pactos con el Diablo en el cerro de la Popa o en el cerro de la finca Convención. El cerro de la Popa ya quedó dentro de la ciudad, al occidente. Y la finca Convención está entre Valencia de Jesús y Aguas Blancas; cuentan que en Pueblo Bello alguien hace bailar a un par de muñecos en el aire; y finalmente, que quienes pactan con el Diablo deben pagarle con el alma de personas que son entregadas a un toro negro. 
  


  • LEYENDAS DE CÚCUTA 




 
LEYENDA DE AMOR DE ZULIA Y GUAIMARAL 





Cuando los indígenas del Norte de Santander aún eran libres, existían muchas comunidades, una en especial llamada cíneras, quienes siempre tuvieron conflicto con los guanes, de Santander. El cacique Cínera cansado de tanto pelear, envió a su hija Zulia en misión de paz a tierras de los guanes. Estando Zullia allí, apareció por estas tierras un español, Diego de Montes y arrasó con la comunidad ciñera y al indefenso cacique lo ahorcó colgándolo de un árbol de caracolí. Cuando Zulia venía de cumplir su misión de paz, se encontró con un reducto de indígenas cáchiras que huían despavoridos de los españoles y contaron a Zulia lo que había pasado a su pueblo. Zulia, que no se atrevía a creerlo, porque en su mente no cabía que el ser humano fuera tan perverso, se disfrazó de vasallo, llegó hasta muy cerca de su casa y pudo observar con sus propios ojos que efectivamente su padre colgaba de un árbol de caracolí. De sus bellos ojos brotaron lágrimas de indignación, de su pecho salió un grito de dolor y de sus labios salió un llamado a todos los indígenas de los alrededores. A este llamado acudieron, guanescáchiraschitareroscotecos y cúcutas. Con los cúcuta acudió un príncipe indígena llamado Guaymaral, hijo del cacique Mará que habitaba el lago de Coquivacoa. 
  
Más de dos mil indígenas acudieron al llamado de Zulia, en la actual Pamplona, y armaron dos columnas: mil al mando de la hermosa princesa y mil al mando de Guaymaral, marcharon sobre el campamento español que se encontraba ubicado en el sitio actual de Arboledas y Diego de Montes no supo en qué momento pagó con su vida todas las maldades y robos que le había hecho a los indígenas. Esa noche los indígenas triunfantes festejaron con alegría y jolgorio, y Zulia y Guaymaral se unieron en matrimonio y fijaron su residencia al lado del torrentoso río Sulasquillo. Vivieron felices por varios años hasta que llegó otro español, Diego de Parada y los tomó al descuido arrasando con todo lo que encontraba a su paso. Hay  quienes contaron que vieron a Zulia morir a caballo, incitando a sus guerreros a la lucha y Guaymaral herido, huyó buscando la protección de su padre y prometió que todo lo que tocara se llamaría como su gran amor, Zulia. Es así cuando mal herido atraviesa el torrentoso río Sulasquilla y lo bautiza Zulia. El pueblo donde vivió ahora se llama Zulia y cuando toma posesión de sus tierras a la muerte de su padre, se crea el Estado Zulia de Venezuela. 


 
LA CUEVA DE MIL PESOS 


  
“Otra de las leyendas alucinantes conocida por los salazareños es la referente a la cueva de mil pesos. Está situada en la Vereda La Loma y, con morbosa afirmación, se dice que los Viernes Santos a las tres de la tarde se abre y los tesoros inmensos que guarda en sus entrañas brotan por encanto y salen a la superficie para la contemplación de las gentes. Toda esta leyenda se ha venido transmitiendo de boca en boca y de generación en generación. 
 Se asegura que la cueva es de una profundidad inmensa. En el año 1908 una expedición encabezada por don Rogelio Vergel, provista de lámparas herramientas y armas de toda especie logró penetrar unos cien metros, venciendo graves dificultades y luchando contra culebras, murciélagos y arañas que abundaban por todas partes. La expedición dejó como recuerdo de esa hazaña una placa que dice: Rogelio Vergel y otros 1908. Afirmaron los de la expedición que habían encontrado cavidades y bóvedas indígenas, numerosas habitaciones de piedra y un salón con jeroglíficos. 
 Posteriormente, en el año de 1934 otra excursión integrada por varios jóvenes del pueblo entre quienes recordamos a Rafael Escalante, Rafael Vergel, Fernando Andrade, Gilberto Guerrero (patetranca) y otros, también penetraron en ella y alcanzaron a llegar al sitio donde estaba la placa de la expedición de don Rogelio Vergel.  
 Afirmaron que la boca de la cueva se había angostado, tal vez la misma naturaleza se había encargado de ello. Dejaron también en las paredes sus nombres como recuerdo de la proeza por ellos realizada.  
 Hay quienes afirman que son viejos socavones de una antigua mina de oro explotada por los españoles en la época de la Colonia. Según algunos historiadores, entre ellos el doctor Luis Miguel Marciales Torres, es esta la célebre mina Mil Pesos que fue descubierta por los primeros moradores de Salazar de las Palmas y que ayudó a sostener la vida, desde un principio muy precaria, de los habitantes que se hallaban rodeados por los belicosos motilones y muy distantes de Ocaña y San Cristóbal.  
  
JUANA NARANJA 



El pozo de Juana Naranja  es el más encantador y admirable regalo que la madre naturaleza hizo a los salazareños. Tiene una extensión de ochenta metros de largo, por ocho metros de ancho y una profundidad de tres o cuatro metros. Se encuentra rodeado por paisajes hermosos y es lugar obligado para los turistas. El pozo fue conocido entre 1914-1915, cuando se abrieron los trabajos de la toma de agua para la planta eléctrica, antes todos lo ignoraban pues era aquella una selva muy tupida. 
  
“Una india llamada Juana habitaba en la región de Agua Caliente y acostumbraba lavar sus ropas al pie del pozo. Un día observó con especial sorpresa que sobre las aguas bajaba una naranja inmensa que despedía resplandores brillantes. Ella, atraída por el fascinante reflejo, penetró en las aguas para rescatar la naranja encantada. Al hacer contacto con ella, Juana fue conducida a las profundidades del pozo, donde aún permanece oculta”. 
  
"Cuentan antiguas leyendas que hubo en un tiempo dos amantes pertenecientes a opuestas tribus indígenas guerreras. Los amores de estos mozos eran contra el querer y a hurtadillas de sus respectivos caciques; ambos eran de sangre real y sus citas nocturnas las efectuaban junto a un brocal de un ancho pozo, punto intermedio entre los lindes de sus pueblos. En una noche de plenilunio estaban los amantes en amoroso coloquio junto al pozo y la luna llena retrataba su disco de oro en la profundidad de las aguas. La india pidió a su galán que le regalara aquel hermoso y rutilante disco que brillaba en la cima. El amante no atreviéndose a negar nada a su amor, se arrojó a la profundidad en busca del codiciado tesoro, con tan mala suerte, que no volvió a aparecer jamás. La india desesperada por su tardanza, se lanzó a las aguas tras él para no aparecer más nunca. Cuenta la tradición que en noches de plenilunio, emerge del pozo una naranja de oro, se ve a la india llorando y dando vueltas en torno a ella, bregando por alcanzarla.  
   
  • LEYENDAS DE VILLA DEL ROSARIO 
  


LA LEYENDA DEL FRAILE 



La leyenda del fraile ha sido transmitida de generación en generación, y es que. Todo comenzó cuando la familia López, que se dedicaba a las labores del campo, entre barrer, plantar, recolectar, etc. Se vio sorprendida cuando el fijo más pequeño, el cual estaba jugando en el interior de la casa. 

Los padres y toda la familia al completo fueron a ver qué es lo que estaba pasando, de primera impresión vieron que el niño apenas se movía, y tampoco reaccionaba a las preguntas que le hacían. La madre, muy preocupada, fue a por un vaso de agua, para ver si se calmaba un poco más. En ese momento el niño empezó a llorar desconsoladamente, y comenzó a contar su versión de los hechos. 

Según cuenta, vio a un hombre vestido como si fuera un fraile, con las mismas prendas largas que suelen utilizar, y al ver que se acercaba, de pronto desapareció. La familia asustada no podía creer lo que estaba pasando. 

Con el paso de los días, las manifestaciones de este ser tan raro comenzaban a ser más continuas, se llegó hasta tal punto que ese fraile les pedía que ofrecieran una misa por él, y además que se hicieran cargo de las campanas de la iglesia. La familia López no pudo seguir con este infierno, y decidió retirarse de las tareas del campo y de ofrecer servicios a la iglesia. 
  
LA LLORONA 



Entre los viñedos, en las noches de luna llena, se escucha el grito de la Llorona. De rostro cadavérico, cubierta de harapos pringados por la lluvia y el sol, la Llorona alguna vez fue una mujer hermosa de ojos audaces que enloquecía a los hombres de los pueblos con su cuerpo de acróbata del placer. Ahora, desprovista de esplendor, deambula sin sosiego por las veredas, atormentada por la culpa del crimen y los delirios de una madre que cree llevar entre los brazos a un niño imposible. 

Plañidera, diosa de los tábanos y el desconsuelo, la Llorona; como algunas aves de la espesura, jamás cesa en su canto fúnebre, aunque, intente olvidarlo atraída por el silencio de las cañadas, por el tejido invisible de las mariposas en el aire de los ríos. Algunas noches, incluso lo intenta, rodando las ventanas de las aldeas. Allí se detiene, perdida en el dolor y la sombra, mientras escucha las guitarras, las voces que con aroma de aguardiente y tabaco ahuyentaban el alba. 

Dama de hiel, vagabunda del alarido, la Llorona tiene cualidad de espejismo. Algunos, la han contemplado con el lamento infanticida, bella como antes del maleficio. Otros, con el rostro de calavera, los ojos ardientes, el pelo alborotado y el quejido que sacude la montaña.  

Cualquiera que sea la aparición, nadie desea ver a la Llorona. Basta con reconocer el olor, el grito desesperado, para saber que algo terrible se esconde en la maleza.